martes, 17 de junio de 2014
USOS DEL VINAGRE Y LIMÓN
Aunque no lo crean, el vinagre tiene más de 1000 usos y casi todas las veces es más efectivo que cualquier producto comercial y mucho más barato. ¿Sabías que el vinagre mata los piojos y también puede curar la caspa? Puedes usar productos tóxicos y caros o puedes usar vinagre.
A.. Repelente de hormigas. Con un rociador o spray, rociar los marcos de las puertas, ventanas y cualquier camino de hormigas que conozcas.
B.. Contra los gatos. Tirar un chorro de vinagre hará que ningún gato se acerque a esa zona..
C.. Pulgas en la alfombra! Si creemos que tenemos pulgas en nuestra alfombra, poner un cuenco pequeño con vinagre sobre ella durante la noche, al otro día encontraremos el cuenco con pulgas muertas.
D.. Pulgas en Mascotas. Si bañamos a nuestra mascota con una solución mitad agua y mitad vinagre no quedará ni una pulga viva.
E..Pulgas en Mascotas 2. El vinagre también actúa de adentro hacia afuera. Diluir una pequeña cantidad de vinagre de manzana en el agua de la mascota provocará que nunca más se le acerque ninguna pulga.
F..Hielo en el parabrisas. Rociar los vidrios del coche con una solución de 1 parte de agua y 3 de vinagre y al otro día ninguno tendrá escarcha o hielo.
G..Oxido. Para limpiar el óxido de herramientas y tornillos remojar en vinagre durante la noche.
H.. Curar "Pie de Atleta". Sumergir los pies en mitad agua y mitad vinagre o pasar un hisopo con esta solución por la parte afectada (evitar las heridas) y luego mantenerlos lo más seco posible.
I.. Controlar la caspa. Lavar el cabello con media parte de agua y media parte de vinagre antes del acondicionador.
J.. Quitar verrugas. Aplicar una loción mitad vinagre de manzana y mitad glicerina todos los días hasta que las verrugas desaparezcan.
K.. Manchas de Transpiración. Frotar el área con vinagre blanco y luego lavar normalmente.
L.. Destapar cañerías. Tira un puñado de bicarbonato y luego media taza de vinagre. En unos minutos enjuagar con agua caliente.
M.. El agua con vinagre es un desinfectante de verduras
N.. En media cubeta con agua, vertimos vinagre y bicarbonato y trapeamos el piso, este queda limpio y desinfectado.
Les puedo asegurar que con estos consejos van a ahorrar MUCHO dinero en productos químicos y evitamos la contaminación.
Bondades del Limòn
El Limón (Citrus limonun Risso, Citrus limon (L.) Burm., Citrus medica) es un producto milagroso para matar las células cancerosas. Es 10,000 veces más potente que la quimioterapia.
¿Por qué no estamos enterados de ello?
Porque existen organizaciones interesadas en encontrar una versión sintética, que les permita obtener fabulosas utilidades.
Así que, de ahora en adelante, usted puede ayudar a un amigo que lo necesite, haciéndole saber que le conviene beber jugo de limón para prevenir la enfermedad.
Su sabor es agradable. Y por supuesto no produce los horribles efectos de la quimioterapia. Y sí tiene la posibilidad de hacerlo, plante un árbol de limón en su patio o jardín.
Todas sus partes son útiles.
La próxima vez que usted quiera beber un jugo, pídelo de limón natural sin preservantes.
¿Cuántas personas mueren mientras este secreto ha estado celosamente guardado para no poner en riesgos las utilidades multimillonarias de grandes corporaciones?
La fruta es un cítrico que viene en diferentes presentaciones su pulpa se la puede comer directamente o se la emplea normalmente, para elaborar bebidas, sorbetes, dulces etc.
El interés de esta planta se debe a sus fuertes efectos anti cancerígenos. Y aunque se le atribuyen muchas más propiedades, lo más interesante de ella es el efecto que produce sobre los quistes y los tumores. Esta planta es un remedio de cáncer probado para los cánceres de todos los tipos. Hay quienes afirman que es de gran utilidad en todas las variantes del cáncer.
Se la considera además como un agente anti-microbial de amplio espectro contra las infecciones bacterianas y por hongos; es eficaz contra los parásitos internos y los gusanos, regula la tensión arterial alta y es antidepresiva, combate la tensión y los desórdenes nerviosos.
La fuente de esta información es fascinante: procede de uno de los fabricantes de medicinas más grandes del mundo, quien afirma que después de más de 20 pruebas de laboratorio, realizadas a partir de 1970 los extractos revelaron que:
Destruye las células malignas en 12 tipos de cáncer, incluyendo el de colon, de pecho, de próstata, de pulmón y del páncreas.
Los compuestos de este árbol demostraron actuar 10,000 veces mejor retardando el crecimiento de las células de cáncer que el producto Adriamycin, una droga quimioterapéutica, normalmente usada en el mundo.
Y lo que es todavía más asombroso: este tipo de terapia, con el extracto de limón, destruye tan sólo las malignas células del cáncer y no afecta las células sanas.
Instituto de Ciencias de la Salud, L.L.C. 819 N. Charles Street Baltimore, MD 1201
La muerte: un acto sagrado
Hemos partido de la muerte y hemos regresado a la vida física. Un viaje de ida y vuelta en el derrotero del alma. Una rutina repetida, con algunos viajeros que se resisten un poco a partir, otros que no ven la hora de irse para descansar y una gran mayoría que no quiere saber nada de volver a empezar.
Si nos cuesta tanto volver, si hasta nos enojamos y porfiamos con nuestros guías que nos aconsejan y nos rebelamos cuando llega el momento de nacer, ¿por qué entonces tanto miedo, tanto dolor, tanta tragedia, cuando llega el momento ansiado por el alma de regresar por fin a los campos de la beatitud, al estado de gracia, a ese mundo de luz y de amor? ¿Qué nos ha pasado? ¿Dónde, en qué lugar, en qué momento, perdimos la conciencia que teníamos de nuestro ser espiritual, de nuestra esencia, de nuestra verdadera condición de seres inmortales?
Vinimos a la vida física a aprender, a crecer y a evolucionar, para regresar más tarde enriquecidos con la experiencia adquirida. Pero resulta que en el afán de hacer más cómoda y placentera nuestra estadía en la Tierra, nos hemos olvidado de la verdadera finalidad de nuestra presencia aquí. Nos hemos creído que éramos el cuerpo, cuando en realidad el cuerpo es la ropa que nos pusimos para ir a la escuela y, cuando llega el momento de partir, nos desgarramos las vestiduras por lo que creemos que vamos a perder, porque nos damos cuenta que perdimos el tiempo o porque no tenemos la conciencia muy tranquila.
Estamos aquí en la Tierra, para cumplir con nuestro propósito. Venimos con un plan diagramado de antemano. Sabemos exactamente lo que tenemos que hacer y aprender. Pero al poco tiempo nos olvidamos de nuestro objetivo. Así como un muchacho es enviado por su padre a un país lejano para estudiar y, cuando está lejos de su casa se olvida del estudio, seducido por las tentaciones de un país diferente, así nosotros nos hemos olvidado de nuestro Padre y nos deslumbramos como niños en un parque de diversiones. Creemos que el objetivo es pasarla bien y queremos probar todos los juegos. Y queremos ganar todos los juegos que podamos y conseguir todos los premios que sea posible, y competimos y rivalizamos con los otros y con nuestros propios amigos y, si podemos hacer trampa, la hacemos, y ya lo único que nos importa es ganar cada vez más y acumular más cosas y tener más poder que los otros y sufrimos cuando no lo logramos. Y así se nos pasa esta viday, cuando llegamos al momento de la muerte, el momento de regresar a casa y reunirnos con nuestro Padre, no queremos saber nada y lloramos y pensamos que es un castigo, y que nuestro Padre es injusto porque nos obliga a dejar a todos los amigos que hicimos y todas las cosas que ganamos. Sólo después de desprendernos del cuerpo, al mirar hacia atrás, nos damos cuenta de lo equivocados que estábamos, de lo tontos que fuimos al dejarnos encandilar por la luces de un parque de diversiones y de que todo eso no era nada más que una ilusión momentánea y pasajera. Y resulta que, por querer poseer una ilusión, no aprendimos nada, no cumplimos con lo que nos habíamos comprometido y, encima, en el afán de poseer más, engañamos, defraudamos, robamos y no nos importó el sufrimiento de los que se quedaron fuera de la feria de diversiones. Ahora tendremos que volver una vez más a la Tierra. Y esta vez no habrá parque de diversiones. Sin embargo, ya nos arreglamos para no hacer lo que tenemos que hacer. Esta vuelta, la excusa será la lucha por la viday el esfuerzo para alcanzar una posición social acomodada. Y una vez más llegaremos a la muerte con pánico y desolación. Y una vez más, cuando estemos del otro lado, nos daremos cuenta de que nos equivocamos otra vez, de que nos olvidamos otra vez. Y seguirá ocurriendo así hasta que despertemos a nuestra conciencia espiritual y recuperemos ese conocimiento que está en nosotros mismos, en nuestra propia esencia. Necesitamos recuperar nuestra verdad.
Verdad: en griego, se dice aletheia. Recordarán que el Leteo era el río del olvido, y letheia significa "sueño" o "letargia". De modo que la palabra "verdad", en griego, quiere decir: salir del olvido y del sueño. Y esto es lo que necesitamos. Salir del olvido y del sueño en el que estamos sumidos y entrar en el despertar.
La muerte no es ni un castigo ni una maldición. No hay vida y muerte. Sólo existe la vida y, la muerte, es el punto medio de una larga vida. Una vida que en un momento transcurre en el plano de la esencia y, en otro momento, transcurre en el plano de la manifestación física.
La muerte es un pasaje. Igual que el nacimiento. Uno es un pasaje de ida y el otro es un pasaje de vuelta. Hay una puerta de entrada y otra de salida. Y de las dos la más importante es la de la salida, porque es la hora de la verdad, la hora de rendir cuentas. La vida física es una escuela y la muerte es el momento del examen final. Es el momento en el que no podemos ni mentir ni inventar lo que no aprendimos. Es el momento en el que nos graduamos o somos reprobados y enviados de vuelta a repetir la lección que no aprendimos.
¿Por qué entonces tanta tragedia cuando llega el momento más trascendental de nuestro paso por la vida física? Cuando estábamos allá, en el espacio, la mayoría de nosotros no quería volver y, ahora que por fin llegó el momento de la liberación, no queremos retornar al lugar de donde no queríamos salir. ¿Cómo se entiende eso?
Se me ocurren dos razones fundamentales. Olvido e ignorancia. El olvido nos sume en la ignorancia y, la ignorancia, nos lleva a la superstición, y la superstición, nos lleva a adjudicarle poder a cosas, creencias y personas que en realidad no tienen más poder que el que nosotros mismos le otorgamos.
Despreciamos y miramos despectivamente a pueblos más antiguos o primitivos, porque creen y se preparan para la vida más allá de la muerte y no nos damos cuenta de que nuestra sociedad moderna y erudita se asienta sobre una cultura supersticiosa de miedo a la muerte. Como creemos que la muerte es un castigo, entonces, ése es el castigo máximo que se nos ocurrió para los criminales y también para los inocentes que piensan diferente. Ahora bien, cuando una persona es condenada a muerte, ¿a qué la estamos condenando? ¿Cuál es la consecuencia de ese castigo en forma de muerte? ¿Es un castigo o una liberación? ¿Es un castigo para la persona condenada para los familiares que se quedan sin su presencia? ¿Y qué es lo que le espera a quien dicta la sentencia y a quien la lleva a cabo? Recuerden las experiencias de Blanca y las consecuencias de su accionar entre los mayas.
Cuando empezamos a penetrar la historia íntima del alma y de su evolución a través de los ciclos de vida, muerte y renacimiento, nos damos cuenta de que la muerte no es ni un castigo ni una tragedia. Lo verdaderamente trágico es la forma como nos conducimos ante la muerte y los despropósitos a los cuales somos arrastrados por la ignorancia y el olvido de lo que somos.
No somos el cuerpo. El cuerpo sólo es el instrumento que nos permite manifestarnos en el plano físico y obrar directamente sobre la materia y, la muerte, es el abandono de ese instrumento cuando ya hemos cumplido con nuestro propósito, aquí en la Tierra.
La muerte es el punto culminante, más sublime y trascendental en la vida de una persona. Es el momento en que el alma en evolución se reunirá con su Padre o con su Creador, llevando el aprendizaje realizado, el fruto de su esfuerzo aquí, en la Tierra. Y resulta que, por miedo, ignorancia, olvido y superstición, arruinamos eses momento.
Para un lama tibetano toda la vida es una preparación para la muerte. La práctica espiritual constante, la meditación cotidiana, no tiene otro fin que experimentar la naturaleza esencial del espíritu para reconocerla en el instante de la muerte. De cómo moriremos dependerá nuestra evolución posterior. Es imprescindible estar conscientes en ese momento para poder perdonar, perdonarnos y desprendernos de todas las sensaciones, apegos, emociones y pensamientos que puedan arrastramos a un estado de existencia inferior. Ya hemos visto de qué manera los pensamientos y sensaciones, en el momento de la muerte, pueden programarnos para una vida de sufrimiento y dolor. Un lama procurará liberarse de la necesidad de volver a encarnar. Esa liberación también es posible para cada uno de nosotros y, si no logramos, al menos tendremos la posibilidad de renacer en condiciones que nos permitan desarrollarnos espiritualmente. De este modo, tal vez nos graduemos en la próxima en la próxima muerte y obtengamos el pasaporte definitivo para ese mundo de luz.
Ahora bien. Para rendir un buen examen final y graduarnos en el momento de la muerte y obtener la liberación tan ansiada, es necesario respetar ese momento y hacer de él, el acto más sagrado de nuestra vida. Desafortunadamente, empecinados como estamos en derrotar a la muerte, enceguecidos por la soberbia de arrancarle unos días más de vida a un cuerpo que ya cumplió con su servicio y, acuciados por la culpa de no cumplir con nuestro deber si no agotamos todos los recursos de la ciencia, violamos impunemente el momento para el cual no hemos preparado durante toda la vida. Y es en ese momento cuando se instala la tragedia. Lo trágico no es morir. Lo trágico es impedir que una persona pueda morir en paz, con dignidad, conscientemente y acompañado por sus seres queridos para que cada uno tenga la oportunidad de despedirse.
Lo más difícil, para una persona que se está muriendo, no es la muerte, sino la soledad, la incomprensión de los otros que no entienden lo que está viviendo, y que la duerman, cuando necesita mantener su conciencia despierta.
Imagínese un enfermo en condiciones irreversibles, internado en una unidad de cuidados intensivos. Él sabe que va a morir, pero su familia y los médicos no quieren que se mueran. Y allí está él, entonces, en un mundo frío y desconocido, lejos de su casa, separado de los seres que ama, conectado a un respirador artificial, su cuerpo ensartado con tubos y catéteres, sondas por arriba y por abajo, electrodos, drogas extrañas circulando por su sangre y las manos atadas para evitar que se arranque todo lo que le insertaron. Su conciencia está obnubilada, su dignidad humillada y su pudor ultrajado. La familia no quiere que se vaya y, los profesionales, se juegan su egolatría y su prestigio. Y mientras tanto, él está a punto de desprenderse de su cuerpo y de rendir su examen final. ¡Está a punto de ser llevado ante la Presencia Divina, tal vez obtenga su graduación, y a nadie le interesa! Y aquí, no se puede solicitar postergación de la fecha de examen. Es ahora o ahora.
Desesperados por salvar el cuerpo, con el miedo a la culpa y el terror cultural a la muerte cargando sobre nuestras espaldas, nadie percibe la tragedia del alma que se debate entre el dolor y la congoja de sus familiares, el sufrimiento de su cuerpo atormentado, sus propios miedos y culpas no resueltos y su esperanza de lograr, por fin, la paz y la liberación de sus ataduras carnales.
Se debe hacer todo lo posible para evitar y alejar la muerte de un individuo que tiene todavía, teóricamente, muchos meses o años para vivir. Pero si se sabe que la muerte es ineluctable, la actitud debe ser diferente. Cuando la vida ha terminado, se debe facilitar el pasaje al otro lado del río. Y es allí, en ese punto, donde fallamos. Nacidos y educados en la cultura de la negación y el miedo a la muerte, sólo vemos en ella una enfermedad más, un enemigo a derrotar, y no podemos aceptarla e integrarla como un hecho normal y cotidiano de nuestra vida. Nos falta familiaridad con la muerte. Necesitamos aceptarla como un hecho natural, como el resultado lógico de nuestra experiencia aquí, en la Tierra, para poder encontrar el punto de equilibrio que nos permita actuar con sabiduría y ecuanimidad.
Un médico con experiencia sabe en qué momento una enfermedad o una condición clínica determinada es irreversible. Sabe que a partir de ese instante, todo lo que haga será inútil y sólo conseguirá diferir lo que ya es inevitable. Pero en nuestra cultura, el moribundo es visto como un fracaso en el mandato que tienen los profesionales.
Recuerdo cuando falleció mi abuela. Afortunadamente, murió en casa, en su propia cama. Yo estaba cursando el quinto año de la carrera de Medicina y fui el encargado de hacerle la medicación en sus últimas horas de vida entre nosotros. Su condición clínica había empeorado y su médico me había indicado lo que tenía que administrarle. Recuerdo que cargué la jeringa, y cuando le pedí a mi abuela que extendiera el brazo, se negó preguntándome: "¿Para qué?"
No le hice la medicación. Al rato, llegó su médico. Le narré lo sucedido y entonces me dijo en forma tajante: "No dejes que te gane". Ahí estaba el mandato. A mi pesar y el de mi abuela, que me miró resignadamente, encontré una vena en su brazo y le efectué la medicación. Algunas horas después, mi abuela se fue. Tenía razón ella. ¿Para qué?
¿Cuántas horas más la retuvimos entre nosotros? ¿Era necesario ese pinchazo extra en su brazo? Poco después de la inyección, mi abuela se durmió o entró en coma y ya no se despertó más. En lugar de intentar retenerla por todos los medios posibles, ¿no hubiera sido mejor haberla ayudado a irse más fácilmente, más confortablemente? Podríamos haber hablado con ella. Podríamos haberla despedido y deseado el mejor de los éxitos en su viaje hacia la Luz. Podríamos haber escuchado y aprendido de sus labios qué era lo que estaba experimentando en esos momentos. ¿Qué pensaba de esa vida que estaba dejando? ¿Qué había aprendido? ¿Qué se llevaba? ¿Qué nos podía decir desde la sabiduría de quien ha completado su experiencia?¿Estaría allí presente en ese momento, su compañero, mi abuelo, sin que nosotros lo supiéramos?
¿Por qué entonces tanta tragedia cuando llega el momento más trascendental de nuestro paso por la vida física? Cuando estábamos allá, en el espacio, la mayoría de nosotros no quería volver y, ahora que por fin llegó el momento de la liberación, no queremos retornar al lugar de donde no queríamos salir. ¿Cómo se entiende eso?
Ahora bien. Para rendir un buen examen final y graduarnos en el momento de la muerte y obtener la liberación tan ansiada, es necesario respetar ese momento y hacer de él, el acto más sagrado de nuestra vida. Desafortunadamente, empecinados como estamos en derrotar a la muerte, enceguecidos por la soberbia de arrancarle unos días más de vida a un cuerpo que ya cumplió con su servicio y, acuciados por la culpa de no cumplir con nuestro deber si no agotamos todos los recursos de la ciencia, violamos impunemente el momento para el cual no hemos preparado durante toda la vida. Y es en ese momento cuando se instala la tragedia. Lo trágico no es morir. Lo trágico es impedir que una persona pueda morir en paz, con dignidad, conscientemente y acompañado por sus seres queridos para que cada uno tenga la oportunidad de despedirse.
Cuando empezamos a penetrar la historia íntima del alma y de su evolución a través de los ciclos de vida, muerte y renacimiento, nos damos cuenta de que la muerte no es ni un castigo ni una tragedia. Lo verdaderamente trágico es la forma como nos conducimos ante la muerte y los despropósitos a los cuales somos arrastrados por la ignorancia y el olvido de lo que somos.
Desesperados por salvar el cuerpo, con el miedo a la culpa y el terror cultural a la muerte cargando sobre nuestras espaldas, nadie percibe la tragedia del alma que se debate entre el dolor y la congoja de sus familiares, el sufrimiento de su cuerpo atormentado, sus propios miedos y culpas no resueltos y su esperanza de lograr, por fin, la paz y la liberación de sus ataduras carnales.
Despreciamos y miramos despectivamente a pueblos más antiguos o primitivos, porque creen y se preparan para la vida más allá de la muerte y no nos damos cuenta de que nuestra sociedad moderna y erudita se asienta sobre una cultura supersticiosa de miedo a la muerte. Como creemos que la muerte es un castigo, entonces, ése es el castigo máximo que se nos ocurrió para los criminales y también para los inocentes que piensan diferente. Ahora bien, cuando una persona es condenada a muerte, ¿a qué la estamos condenando? ¿Cuál es la consecuencia de ese castigo en forma de muerte? ¿Es un castigo o una liberación? ¿Es un castigo para la persona condenada o para los familiares que se quedan sin su presencia? ¿Y qué es lo que le espera a quien dicta la sentencia y a quien la lleva a cabo? Recuerden las experiencias de Blanca y las consecuencias de su accionar entre los mayas.
Estamos aquí en la Tierra, para cumplir con nuestro propósito. Venimos con un plan diagramado de antemano. Sabemos exactamente lo que tenemos que hacer y aprender. Pero al poco tiempo nos olvidamos de nuestro objetivo. Así como un muchacho es enviado por su padre a un país lejano para estudiar y, cuando está lejos de su casa se olvida del estudio, seducido por las tentaciones de un país diferente, así nosotros nos hemos olvidado de nuestro Padre y nos deslumbramos como niños en un parque de diversiones. Creemos que el objetivo es pasarla bien y queremos probar todos los juegos. Y queremos ganar todos los juegos que podamos y conseguir todos los premios que sea posible, y competimos y rivalizamos con los otros y con nuestros propios amigos y, si podemos hacer trampa, la hacemos, y ya lo único que nos importa es ganar cada vez más y acumular más cosas y tener más poder que los otros y sufrimos cuando no lo logramos. Y así se nos pasa esta vida y, cuando llegamos al momento de la muerte, el momento de regresar a casa y reunirnos con nuestro Padre, no queremos saber nada y lloramos y pensamos que es un castigo, y que nuestro Padre es injusto porque nos obliga a dejar a todos los amigos que hicimos y todas las cosas que ganamos. Sólo después de desprendernos del cuerpo, al mirar hacia atrás, nos damos cuenta de lo equivocados que estábamos, de lo tontos que fuimos al dejarnos encandilar por la luces de un parque de diversiones y de que todo eso no era nada más que una ilusión momentánea y pasajera. Y resulta que, por querer poseer una ilusión, no aprendimos nada, no cumplimos con lo que nos habíamos comprometido y, encima, en el afán de poseer más, engañamos, defraudamos, robamos y no nos importó el sufrimiento de los que se quedaron fuera de la feria de diversiones. Ahora tendremos que volver una vez más a la Tierra. Y esta vez no habrá parque de diversiones. Sin embargo, ya nos arreglamos para no hacer lo que tenemos que hacer. Esta vuelta, la excusa será la lucha por la vida y el esfuerzo para alcanzar una posición social acomodada. Y una vez más llegaremos a la muerte con pánico y desolación. Y una vez más, cuando estemos del otro lado, nos daremos cuenta de que nos equivocamos otra vez, de que nos olvidamos otra vez. Y seguirá ocurriendo así hasta que despertemos a nuestra conciencia espiritual y recuperemos ese conocimiento que está en nosotros mismos, en nuestra propia esencia. Necesitamos recuperar nuestra verdad.
Hemos partido de la muerte y hemos regresado a la vida física. Un viaje de ida y vuelta en el derrotero del alma. Una rutina repetida, con algunos viajeros que se resisten un poco a partir, otros que no ven la hora de irse para descansar y una gran mayoría que no quiere saber nada de volver a empezar.
Imagínese un enfermo en condiciones irreversibles, internado en una unidad de cuidados intensivos. Él sabe que va a morir, pero su familia y los médicos no quieren que se mueran. Y allí está él, entonces, en un mundo frío y desconocido, lejos de su casa, separado de los seres que ama, conectado a un respirador artificial, su cuerpo ensartado con tubos y catéteres, sondas por arriba y por abajo, electrodos, drogas extrañas circulando por su sangre y las manos atadas para evitar que se arranque todo lo que le insertaron. Su conciencia está obnubilada, su dignidad humillada y su pudor ultrajado. La familia no quiere que se vaya y, los profesionales, se juegan su egolatría y su prestigio. Y mientras tanto, él está a punto de desprenderse de su cuerpo y de rendir su examen final. ¡Está a punto de ser llevado ante la Presencia Divina, tal vez obtenga su graduación, y a nadie le interesa! Y aquí, no se puede solicitar postergación de la fecha de examen. Es ahora o ahora.
La muerte es el punto culminante, más sublime y trascendental en la vida de una persona. Es el momento en que el alma en evolución se reunirá con su Padre o con su Creador, llevando el aprendizaje realizado, el fruto de su esfuerzo aquí, en la Tierra. Y resulta que, por miedo, ignorancia, olvido y superstición, arruinamos eses momento.
La muerte es un pasaje. Igual que el nacimiento. Uno es un pasaje de ida y el otro es un pasaje de vuelta. Hay una puerta de entrada y otra de salida. Y de las dos la más importante es la de la salida, porque es la hora de la verdad, la hora de rendir cuentas. La vida física es una escuela y la muerte esel momento del examen final. Es el momento en el que no podemos ni mentir ni inventar lo que no aprendimos. Es el momento en el que nos graduamos o somos reprobados y enviados de vuelta a repetir la lección que no aprendimos.
La muerte no es ni un castigo ni una maldición. No hay vida y muerte. Sólo existe la vida y, la muerte, es el punto medio de una larga vida. Una vida que en un momento transcurre en el plano de la esencia y, en otro momento, transcurre en el plano de la manifestación física.
Lo más difícil, para una persona que se está muriendo, no es la muerte, sino la soledad, la incomprensión de los otros que no entienden lo que está viviendo, y que la duerman, cuando necesita mantener su conciencia despierta.
No le hice la medicación. Al rato, llegó su médico. Le narré lo sucedido y entonces me dijo en forma tajante: "No dejes que te gane". Ahí estaba el mandato. A mi pesar y el de mi abuela, que me miró resignadamente, encontré una vena en su brazo y le efectué la medicación. Algunas horas después, mi abuela se fue. Tenía razón ella. ¿Para qué?
No somos el cuerpo. El cuerpo sólo es el instrumento que nos permite manifestarnos en el plano físico y obrar directamente sobre la materia y, la muerte, es el abandono de ese instrumento cuando ya hemos cumplido con nuestro propósito, aquí en la Tierra.
Para un lama tibetano toda la vida es una preparación para la muerte. La práctica espiritual constante, la meditación cotidiana, no tiene otro fin que experimentar la naturaleza esencial del espíritu para reconocerla en el instante de la muerte. De cómo moriremos dependerá nuestra evolución posterior. Es imprescindible estar conscientes en ese momento para poder perdonar, perdonarnos y desprendernos de todas las sensaciones, apegos, emociones y pensamientos que puedan arrastrarnos a un estado de existencia inferior. Ya hemos visto de qué manera los pensamientos y sensaciones, en el momento de la muerte, pueden programarnos para una vida de sufrimiento y dolor. Un lama procurará liberarse de la necesidad de volver a encarnar. Esa liberación también es posible para cada uno de nosotros y, si no logramos, al menos tendremos la posibilidad de renacer en condiciones que nos permitan desarrollarnos espiritualmente. De este modo, tal vez nos graduemos en la próxima en la próxima muerte y obtengamos el pasaporte definitivo para ese mundo de luz.
Pero no. No queríamos que se fuera. No queríamos aceptar que el momento había llegado y, entonces se fue como pudo.
Recuerdo cuando falleció mi abuela. Afortunadamente, murió en casa, en su propia cama. Yo estaba cursando el quinto año de la carrera de Medicina y fui el encargado de hacerle la medicación en sus últimas horas de vida entre nosotros. Su condición clínica había empeorado y su médico me había indicado lo que tenía que administrarle. Recuerdo que cargué la jeringa, y cuando le pedí a mi abuela que extendiera el brazo, se negó preguntándome: "¿Para qué?"
Se debe hacer todo lo posible para evitar y alejar la muerte de un individuo que tiene todavía, teóricamente, muchos meses o años para vivir. Pero si se sabe que la muerte es ineluctable, la actitud debe ser diferente. Cuando la vida ha terminado, se debe facilitar el pasaje al otro lado del río. Y es allí, en ese punto, donde fallamos. Nacidos y educados en la cultura de la negación y el miedo a la muerte, sólo vemos en ella una enfermedad más, un enemigo a derrotar, y no podemos aceptarla e integrarla como un hecho normal y cotidiano de nuestra vida. Nos falta familiaridad con la muerte. Necesitamos aceptarla como un hecho natural, como el resultado lógico de nuestra experiencia aquí, en la Tierra, para poder encontrar el punto de equilibrio que nos permita actuar con sabiduría y ecuanimidad.
Se me ocurren dos razones fundamentales. Olvido e ignorancia. El olvido nos sume en la ignorancia y, la ignorancia, nos lleva a la superstición, y la superstición, nos lleva a adjudicarle poder a cosas, creencias y personas que en realidad no tienen más poder que el que nosotros mismos le otorgamos.
Si nos cuesta tanto volver, si hasta nos enojamos y porfiamos con nuestros guías que nos aconsejan y nos rebelamos cuando llega el momento de nacer, ¿por qué entonces tanto miedo, tanto dolor, tanta tragedia, cuando llega el momento ansiado por el alma de regresar por fin a los campos de la beatitud, al estado de gracia, a ese mundo de luz y de amor? ¿Qué nos ha pasado? ¿Dónde, en qué lugar, en qué momento, perdimos la conciencia que teníamos de nuestro ser espiritual, de nuestra esencia, de nuestra verdadera condición de seres inmortales?
Todo podría ser distinto, si aceptásemos, emocionalmente, la realidad de la muerte. Si comprendiéramos que la muerte no es un enemigo a derrotar, sino que se trata del momento culminante de nuestra vida. Es el cierre de la experiencia que se abrió con el nacimiento. Es necesario hacer de ese momento un ritual, un acto sagrado. Es necesario rodearlo del cuidado y del amor que implica un acto de esa naturaleza. Entonces, todo será mucho más glorioso y ya no veremos los despropósitos a los cuales el miedo y la tecnología no tienen acostumbrados.
Un médico con experiencia sabe en qué momento una enfermedad o una condición clínica determinada es irreversible. Sabe que a partir de ese instante, todo lo que haga será inútil y sólo conseguirá diferir lo que ya es inevitable. Pero en nuestra cultura, el moribundo es visto como un fracaso en el mandato que tienen los profesionales.
Verdad: en griego, se dice aletheia. Recordarán que el Leteo era el río del olvido, y letheia significa "sueño" o "letargia". De modo que la palabra "verdad", en griego, quiere decir: salir del olvido y del sueño. Y esto es lo que necesitamos. Salir del olvido y del sueño en el que estamos sumidos y entrar en el despertar.
Vinimos a la vida física a aprender, a crecer y a evolucionar, para regresar más tarde enriquecidos con la experiencia adquirida. Pero resulta que en el afán de hacer más cómoda y placentera nuestra estadía en la Tierra, nos hemos olvidado de la verdadera finalidad de nuestra presencia aquí. Nos hemos creído que éramos el cuerpo, cuando en realidad el cuerpo es la ropa que nos pusimos para ir a la escuela y, cuando llega el momento de partir, nos desgarramos las vestiduras por lo que creemos que vamos a perder, porque nos damos cuenta que perdimos el tiempo o porque no tenemos la conciencia muy tranquila.
Extraído del Libro: EL VIAJE DEL ALMA, experiencias de la vida entre las vidas. Por el Dr. José Luis Cabouli
http://sincrodestino2012.ning.com/
Canelones de espinaca y tofu
INGREDIENTES PARA EL RELLENO:
3 paquetes de acelga (¿kg? no sé :-) )
1 paquete de tofu (de 350 gr)
2 cebollas
1 puñado de nueces peladas
condimentos (a elección: sal, pimieta, aceite de oliva...)
INGREDIENTES PARA LA MASA:
2 tazas de harina leudante
agua (1 taza aprox.)
sal
INGREDIENTES PARA LA SALSA
1/2 kg de tomates (o más)
2 dientes de ajo
1 puñadito de soja texturizada
leche de coco (opcional, 1 taza aprox.)
condimentos (1 hoja de laurel, aceite, sal, pimienta, orégano...)
PROCEDIMIENTO:
RELLENO: Lavar la espinaca y colocarla en una olla a fuego lento (sin agua, cada tanto revolver). Una vez blandita (15 o 20 minutos) sacarla del fuego y escurrirla en un colador. Luego triturarla con trituradora eléctrica o a cuchillo. Triturar o "desgranar" el tofu y las nueces. Picar las cebollas y sofreirlas por 10 minutos en una zartén. Mezclar todo y condimentar.
SALSA: Triturar los tomates y picar el ajo. Colocarlos en una sartén al fuego, más la soja texturizada (pre-hidratada por 10 minutos en agua o salsa de soja) y los condimentos (cocinar 15 minutos).
MASA: Preparar la masa y estirar, con palote o "pasta linda", hasta lograr un grosor de 1 a 2 milímetros.
Ir colocando el relleno y doblar y cortar. En una asadera aceitada colocar los canelones con el "final de la unión" para abajo y colocarles arriba la salsa. Mandar al horno fuerte durante 20 a 30 minutos.
La Usina Vegana
REFLEXIÓN DEL DÍA
Acéptate, reconoce tus limitaciones pero crece y camina, no te pares.
Eres dueño del universo, de la noche y del día, de los bosques, del mar y de la tierra. Hazlos tuyos en un abrazo de amor a todas las criaturas.
Eres tú quien pone los caballos de potencia al motor de tu vida. Los caballos son tus pensamientos, tenacidad, tu esperanza. Eres y te conviertes en lo que piensas.
No confundas bondad con estupidez, no permitas que te chantajeen, te manipulen o te organicen la vida, tu eres el dueño de tu destino.
Decide tú la actitud que quieres tener hacia la vida. Dale un significado. Elige la felicidad como única alternativa posible.
Mónica Roldán
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