La única manera de vencer tus miedos es darles la cara ¡enfrentándolos!
No hay nada que nos paralice más que el temor y podríamos decir que éste es, quizá la mamá ó el papá de todos los males.
Oscar Wilde decía: La única ventaja de jugar con fuego es que aprende uno a no quemarse.
Allan Percy dice: Si estamos dispuestos a mirar a la cara lo que tenemos, acabaremos por tener el control de lo que nos angustia.
Por ello quizá es por lo que los psicólogos recomiendan exponerse progresivamente a aquello que s e teme, y por ello el mismo Percy recomienda “primeramente, analizar si los miedos tienen una base racional ó son temores que nacen de la propia mente. Y, ante un miedo fundado, preguntarnos si nuestra respuesta es proporcionada a la situación; y, por último, si esta señal tiene una cuestión práctica”.
Sin restar importancia a lo demás, pero me parece que lo último es lo que más nos puede ayudar en esta guerra contra el temor, racionalizar cualquier cosa que nos lo provoque y reflexionar acerca de ello.
El miedo también puede ser una alarma para estar atentos frente a algo, pero definitivamente no trae nada bueno. Si entendemos cómo funciona la mente humana, nos daremos cuenta de que, si no queremos que nos sucedan aquellas cosas que tememos, simplemente tenemos que erradicar el miedo de nuestra vida. Hay un dicho de la sabiduría popular que dice: “Aquello que temí vino sobre mí”.
Y el contenido del refrán es perfectamente entendible, ya que la mente humana funciona de la siguiente forma: Aquello que pensamos terminamos por sentirlo, y aquello que sentimos terminamos por integrarlo a nuestra propia convicción; y en el momento en que estamos totalmente convencidos de algo, lo manifestamos en nuestra vida. Esto es una ley que funciona siempre así, sin excepción.
Entonces debemos controlar el miedo y cambiar el pensamiento ominoso por uno positivo; de otra manera terminaremos por expresarlo. Por el contrario, si tememos algo y lo enfrentamos racionalmente y vencemos el temor, en el momento en que lleguemos a la conclusión de que estamos a salvo, de que aquello a lo que temíamos no nos va a afectar, en nuestra vida y en nuestras actitudes eso mismo; “estoy bien y a salvo”.
Lo anterior, no quiere decir que lo mejor es ser un temerario, ó un inconsciente; tampoco significa saltarse la inteligencia, pero el mejor antídoto contra el miedo es el pensamiento correcto y confianza en el bien.
Otro aspecto que debemos entender es que la ley de causa y efecto funciona siempre, y que no somos seres indefensos a la deriva y a merced de las circunstancias; que somos Causa, y la principal causa para nosotros mismos; que podemos incluso cambiar nuestra circunstancia, y que nosotros somos los responsables de cualquier cosa que nos suceda.
Finalmente, cuando surja un temor, lo ideal es enfrentarlo racionalmente y de manera analítica; convencernos de que podemos controlar la situación y nunca dejar que nuestro componente emocional nos lleve al sentimiento de que ese temor; sea hará realidad, sino, por el contrario, convencernos hasta lograr el sentido de seguridad que abata ese temor, por lo que terminemos sintiendo y concluyendo que nuestra vida será lo que expresemos.
Carlos Molinar
Allan Percy dice: Si estamos dispuestos a mirar a la cara lo que tenemos, acabaremos por tener el control de lo que nos angustia.
Por ello quizá es por lo que los psicólogos recomiendan exponerse progresivamente a aquello que s e teme, y por ello el mismo Percy recomienda “primeramente, analizar si los miedos tienen una base racional ó son temores que nacen de la propia mente. Y, ante un miedo fundado, preguntarnos si nuestra respuesta es proporcionada a la situación; y, por último, si esta señal tiene una cuestión práctica”.
Sin restar importancia a lo demás, pero me parece que lo último es lo que más nos puede ayudar en esta guerra contra el temor, racionalizar cualquier cosa que nos lo provoque y reflexionar acerca de ello.
El miedo también puede ser una alarma para estar atentos frente a algo, pero definitivamente no trae nada bueno. Si entendemos cómo funciona la mente humana, nos daremos cuenta de que, si no queremos que nos sucedan aquellas cosas que tememos, simplemente tenemos que erradicar el miedo de nuestra vida. Hay un dicho de la sabiduría popular que dice: “Aquello que temí vino sobre mí”.
Y el contenido del refrán es perfectamente entendible, ya que la mente humana funciona de la siguiente forma: Aquello que pensamos terminamos por sentirlo, y aquello que sentimos terminamos por integrarlo a nuestra propia convicción; y en el momento en que estamos totalmente convencidos de algo, lo manifestamos en nuestra vida. Esto es una ley que funciona siempre así, sin excepción.
Entonces debemos controlar el miedo y cambiar el pensamiento ominoso por uno positivo; de otra manera terminaremos por expresarlo. Por el contrario, si tememos algo y lo enfrentamos racionalmente y vencemos el temor, en el momento en que lleguemos a la conclusión de que estamos a salvo, de que aquello a lo que temíamos no nos va a afectar, en nuestra vida y en nuestras actitudes eso mismo; “estoy bien y a salvo”.
Lo anterior, no quiere decir que lo mejor es ser un temerario, ó un inconsciente; tampoco significa saltarse la inteligencia, pero el mejor antídoto contra el miedo es el pensamiento correcto y confianza en el bien.
Otro aspecto que debemos entender es que la ley de causa y efecto funciona siempre, y que no somos seres indefensos a la deriva y a merced de las circunstancias; que somos Causa, y la principal causa para nosotros mismos; que podemos incluso cambiar nuestra circunstancia, y que nosotros somos los responsables de cualquier cosa que nos suceda.
Finalmente, cuando surja un temor, lo ideal es enfrentarlo racionalmente y de manera analítica; convencernos de que podemos controlar la situación y nunca dejar que nuestro componente emocional nos lleve al sentimiento de que ese temor; sea hará realidad, sino, por el contrario, convencernos hasta lograr el sentido de seguridad que abata ese temor, por lo que terminemos sintiendo y concluyendo que nuestra vida será lo que expresemos.
Carlos Molinar
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