Pensar es una actividad que, en la mayor parte de la humanidad, coloca a la mente en cosas concretas, externas y visibles.
Cuando la persona todavía no aprendió que puede controlar su pensamiento, este se vue
lve desenfrenado. Y, cuanto más desenfrenado, más se aferra la mente a cosas externas y concretas, y más difícil se vuelve concentrarla en cosas abstractas, elevadas. Así, la mente se distrae, se dispersa y se mantiene enfocada en aquello que los sentidos le presentan. Y muchas veces la persona ni siquiera se da cuenta de su propia dispersión.
Quien está consciente de su propio estado de dispersión y está en una búsqueda espiritual necesita concentrarse, porque sólo así consigue centralizar la energía mental y dirigirla hacia los niveles más elevados de la existencia.
Sin embargo, para conseguir concentrarse, no basta simplemente querer, ni tampoco hacer ejercicios sistemáticos. La concentración sólo ocurre realmente cuando la persona renuncia a aquello que la atrae, le agrada o la contenta, y se dedica prioritariamente a la búsqueda espiritual.
En el pasado se crearon muchos ejercicios de concentración adecuados para la mente de aquellos tiempos. Pero, en general, los que hacían los ejercicios tenían una vida organizada, armoniosa, sana y disciplinada.
No es el caso de la mayoría de las personas de hoy. Actualmente, nuestra civilización estimula el consumismo y una forma de vida desordenada, determinada por los deseos. Si hoy alguien hace los ejercicios de concentración creados en el pasado y vive como la mayoría vive en nuestros días, cediendo a los llamados de los deseos, no llegará a concentrarse, porque le faltará cierto ascetismo en su vida diaria, imprescindible para la concentración.
Además, con el pasar del tiempo, la consciencia y la mente humanas se desenvolvieron y en la mente se aproximaron los diferentes niveles de consciencia. Por lo tanto, los antiguos ejercicios de concentración ya no son adecuados para la mente actual.
Cuando se practica el ascetismo, o sea, cuando se renuncia a todo lo que dispersa, cuando se rechaza todo lo que no lleva a los niveles espirituales, cuando se controlan los propios impulsos en la vida diaria, finalmente es posible la concentración.
Del libro: Trabajo Espiritual con la Mente – Trigueirinho
Quien está consciente de su propio estado de dispersión y está en una búsqueda espiritual necesita concentrarse, porque sólo así consigue centralizar la energía mental y dirigirla hacia los niveles más elevados de la existencia.
Sin embargo, para conseguir concentrarse, no basta simplemente querer, ni tampoco hacer ejercicios sistemáticos. La concentración sólo ocurre realmente cuando la persona renuncia a aquello que la atrae, le agrada o la contenta, y se dedica prioritariamente a la búsqueda espiritual.
En el pasado se crearon muchos ejercicios de concentración adecuados para la mente de aquellos tiempos. Pero, en general, los que hacían los ejercicios tenían una vida organizada, armoniosa, sana y disciplinada.
No es el caso de la mayoría de las personas de hoy. Actualmente, nuestra civilización estimula el consumismo y una forma de vida desordenada, determinada por los deseos. Si hoy alguien hace los ejercicios de concentración creados en el pasado y vive como la mayoría vive en nuestros días, cediendo a los llamados de los deseos, no llegará a concentrarse, porque le faltará cierto ascetismo en su vida diaria, imprescindible para la concentración.
Además, con el pasar del tiempo, la consciencia y la mente humanas se desenvolvieron y en la mente se aproximaron los diferentes niveles de consciencia. Por lo tanto, los antiguos ejercicios de concentración ya no son adecuados para la mente actual.
Cuando se practica el ascetismo, o sea, cuando se renuncia a todo lo que dispersa, cuando se rechaza todo lo que no lleva a los niveles espirituales, cuando se controlan los propios impulsos en la vida diaria, finalmente es posible la concentración.
Del libro: Trabajo Espiritual con la Mente – Trigueirinho
No hay comentarios:
Publicar un comentario