miércoles, 5 de septiembre de 2012

 
El azar no existe, la suerte no puede darse, la casualidad no tiene sentido; cualquier suceso en la vida humana, desde el más frecuente, hasta el más extraño e inusual, está gobernado por la ley de causa y efecto, no obstante, los seres hum
anos siguen utilizando frecuentemente el término “azar” para referirse a sucesos, cuyas causas están ocultas para ellos. No está lejos el día en que un buen observador pueda precisar sin error el siguiente número que habrá de salir de una determinada máquina de lotería, simplemente basándose en el comportamiento y las leyes por las que se rige dicha máquina. 

En muchas situaciones, la demora entre la causa y el efecto es y no es difícil reconocer el cumplimiento de esta ley, pero en otras ocasiones, como en el caso de acontecimientos como pueden ser los accidentes, golpes de suerte, o desgracias, etc., es posible que haya un período largo entre causa y efecto, en los que se percibe el efecto, pero no la causa. Los Maestros de la Sabiduría Antigua siempre alertaron de que todos esos sucesos eran los efectos retardados de unas causas sembradas más temprano en esta vida, o tal vez en otra anterior. 

Sin embargo, cuando llega el tiempo para proceder al equilibrio de esas causas, la propia naturaleza interna de cada persona, le guía hacia un problema, o lo salva de él, por eso, las circunstancias extrañas y externas, son los medios que la Naturaleza-Dios utiliza para ejecutar sus fines, de modo que bien se podría decir que la propia Naturaleza se encarga de poner los medios o las trabas para que las iniciativas prosperen o no prosperen a fin de conseguir el mejor equilibrio y beneficio posible, personal y grupal, siempre con el mínimo esfuerzo; por esa razón, cuando se intenta una acción aún con todo el tesón, determinación y empeño que no le conviene ni a la persona, ni al entorno, es la Naturaleza-Dios la encargada de hacerle ver que eso no se puede dar, aunque no se entienda en ese momento. 

Angel Luis Fernández

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