Se cuenta que Matias era un muchacho tímido e introvertido que vivía sólo en su pequeño apartamento, en medio de una gran ciudad. Los únicos animales que había visto eran gatos vagabundos, perros, ocasionalmente, alguna rata, palomas y unos cuantos insectos. Pero un día empezó a preguntarse cómo sería el mundo más allá de su barrio y la curiosidad le llevó caminando varios kilómetros hasta un parque zoológico.
Vio las jirafas con sus largos cuellos, los enormes gorilas e incluso un rinoceronte y una familia de elefantes. Nunca antes había visto aquellos animales. Pero cuando llegó ante la jaula del tigre, exclamó: ¡OH, yo te conozco! Eres un gato, un gato muy grande. Me gustan los gatos. Y así diciendo, introdujo su mano en la jaula del tigre para acariciarlo. El tigre arañó su mano y Matias gritó de dolor. Durante la convalecencia de su herida, cada vez que se acordaba del tigre se sentía indignado. Ni tan sólo podía soportar pensar en aquel enorme gato.
Pero al cabo de un tiempo, echaba tanto de menos el zoo que se decidió a visitarlo de nuevo. Se sintió muy feliz al ver de nuevo los animales, pero simplemente saber que el tigre vivía en aquel lugar le indisponía. Después de un rato deambulando, preguntó a un transeúnte cómo podía librarse de aquellos sentimientos tan negativos en relación con el tigre. El desconocido le respondió: Bueno, como es bien sabido, cuando alguien te hiere hay que aprender a perdonar y olvidar. A Matias le pareció una excelente idea. Decidió allí mismo que iba a perdonar y a olvidar y al llegar ante la jaula del tigre, se sentía fenomenal. Dirigiéndose al animal, le dijo: Oye gato, te he perdonado, olvidado todo, y me siento espléndidamente. Lleno de gozo, introdujo la mano en la jaula para acariciar al felino que, ni corto ni perezoso, se la arañó.
Esta vez Matias quedó tan afectado que tuvo que acudir a un terapeuta. Le contó que había intentado perdonar y olvidar, pero sin resultados y el terapeuta le propuso probar a perdonar y recordar. Perdonar para liberarse del resentimiento, recordar para aceptar las cosas como son. Le sugirió además que investigase en la biblioteca sobre la naturaleza y los instintos de los tigres. Al día siguiente, Matias regresó al zoológico y al llegar frente al tigre, desde una distancia prudencial le dijo: ¡Hola tigre! Te perdono. Ahora comprendo que no eres simplemente un gato grande. Pensé que eras algo que no eres. Lo siento. Eres un magnífico tigre y estás enjaulado. No lo olvidaré.
Se cuenta también que esa nueva comprensión y aceptación de la realidad a la que llegó Matias a través de la práctica del perdón, le llevó a observar en si mismo la fuerza de una vocación. Siguió el impulso que le encaminaba a la observación del mundo animal y llegó a ser un reconocido investigador que aportó claridad y discernimiento en el área de la biología y los comportamientos instintivos.
MORALEJA: “El perdón posibilita un marco de acción en el que el ser humano se recuerda a sí mismo y recuerda la vida que le traspasa y le une a todo lo que existe. El perdón es un acto de amor es un ofrecimiento incondicional por el reconocimiento del valor de todo más allá de los juicios que uno haga sobre sus acciones. La vida es un continuo aprendizaje y hay que tomar consciencia de la realidad en que se vive”.
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